Dentro de la exposición
Desenmascarando «La máscara nunca miente»
En este «Dentro de la exposición» hemos querido quitar la máscara a nuestro proyecto expositivo para poner el foco en algunos aspectos, temas y detalles que el visitante no encontrará mientras recorre el espacio físico de la muestra.
Toda exposición que se abre al público es, en el fondo, una máscara que oculta las cicatrices de un largo proceso de trabajo colectivo. También es la imagen final resultante de un intricado proceso de selección y toma de decisiones que hace que, a menudo, algunos hallazgos del camino no hayan sobrevivido al montaje final. Pensemos, pues, en este texto como en el menú de extras de uno de esos DVD que hoy ya son, desgraciadamente, un formato obsoleto: fragmentos de entrevistas que fueron sacrificados pero que aportan luz sobre detalles y subtemas que podrían haber figurado en La máscara nunca miente, making ofs de algunas de las producciones artísticas realizadas para la muestra, joyas que no cabían en el espacio final, referentes y recuerdos que palpitan tras algunas de las presencias de la exposición. En definitiva, un espectáculo de variedades polimorfo y mutante, digno de un cabaret tan espectral como fue el Voltaire, cuna del dadaísmo.
Un texto de Jordi Costa, co-comisario de la exposición.
- Una hermandad oscura
- La inmortalidad del hombre de las mil caras
- Dos magas comprimen el tiempo
- Regreso al Cabaret Voltaire, 40 años después
- Mestizajes coloniales
- De la balaclava a la capucha
- El tacto en tiempo de apocalipsis
Una hermandad oscura
Las conexiones entre el Ku Klux Klan y otras fraternidades masculinas
Son muchas las corrientes subterráneas que en La máscara nunca miente conectan algunos de los diversos ámbitos de la exposición. Una de ellas es la de las sociedades secretas y sus parientes cercanas: las fraternidades masculinas y esos círculos discretos (si bien no necesariamente secretos) que a veces son vulnerables a la acción de la maledicencia o la leyenda negra. El Ku Klux Klan surgió en un contexto que lo podía conectar, por un lado, con los grupos de vigilantes que intentaban imponer su propia ley sobre un territorio caótico —otro de los leitmotivs de la exposición es la conexión de esta idea con la identidad y la ambigüedad del superhéroe—, y, por otro, con un mundo de fraternidades masculinas que se regían por sus propios códigos y que formaban parte esencial de la vida social a lo largo del siglo xix. En este fragmento inédito de la entrevista con Elaine Frantz Parsons, autora del libro Ku-Klux: The Birth of the Klan during Reconstruction y verdadera voz inspiradora del ámbito Carnaval salvaje, la académica aclara las similitudes y diferencias entre el primer Ku Klux Klan y otras organizaciones como la masonería, los Odd Fellows o los Knights of Pythias.
La inmortalidad del hombre de las mil caras
Fantomas, fuente de inspiración del surrealismo
Fantomas, el personaje creado por Marcel Allain y Pierre Souvestre, y llevado al cine por primera vez por Louis Feuillade, logró escaparse incluso del control de sus creadores para infiltrarse en el imaginario de muchos otros artistas. Una de las relaciones más fructíferas en esta huida del personaje fue la que el hombre de las mil caras estableció con el surrealista René Magritte, que lo trataría casi como un alter ego perverso y, también, como encarnación simbólica de la muerte. Para el movimiento surrealista, Fantomas encarnaba la anticipación de su programa (a)moral, político y estético, y, en cierta medida, el serial que Feuillade le dedicó fue leído por sus miembros como un garabato de las posibilidades de un cine surrealista por su capacidad de reencantar espacios cotidianos a través de la imaginación y por su poder de forjar imágenes que, bajo una apariencia prosaica, siempre contenían un potencial para la sospecha.
El cortometraje Monsieur Fantômas (1937) fue la única obra cinematográfica dirigida por el poeta surrealista belga Ernst Moerman, que, cuatro años antes, había editado el poemario Fantômas 1933, dedicado a Jean Cocteau. Obra fuera del canon del cine surrealista, la película propone una interesante exploración onírica del vínculo que unió a Magritte con la creación de Allain y Souvestre: el propio artista aparece pintando su cuadro Le Viol, en una escena que parece evocar el espacio del muro que sangra en el episodio «Fantomas contra Fantomas» del serial de Feuillade. En otro momento del cortometraje, el hallazgo de un cadáver femenino en la playa funciona como guiño directo a L’Assasin menacé, una de las obras de Magritte más directamente conectadas con el imaginario de Feuillade. Pero el juego referencial de la propuesta apunta a varias partes, y Moerman logra representar lo que no había osado llevar a la pantalla Feuillade (pero que Allain y Souvestre sí que habían propuesto en una de sus novelas): la transformación transgénero del personaje, que aquí adopta la personalidad de una monja. «De la lectura de Fantomas guardo el recuerdo obsesivo y borroso de lo que consideramos, quizá, un sueño, un poema épico, más irreal que absurdo, ambientado en un mundo en el que nada es imposible y donde un milagro es el camino más corto hacia nuestra inclinación al misterio. Trabajando con el guion de Monsieur Fantômas, he intentado precisamente crear una comunicación con ese mundo, en el que rija una realidad fantástica, haciendo que cada objeto, cada cosa visible, brille con su propia luz real e interior», escribió Moerman, que también incluyó en la película citas de su amigo Paul Éluard y apropiaciones del lenguaje del slapstick. A título de curiosidad, también cabe mencionar que quien interpreta a Fantomas en la pieza de Moerman es Léon Smet, padre del futuro ídolo del rock francés Johnny Hallyday.
En el ámbito El rey de los fantasmas, la exposición «La máscara nunca miente» habla de Fantomas en el contexto de un París de principios de siglo donde la efervescencia criminal libraba un pulso con las nuevas herramientas de control de la policía científica. El cortometraje de Moerman funciona aquí como el eslabón perdido entre ese momento caótico y la reinterpretación onírica de aquellas tensiones entre la ley y el deseo que propondrán Magritte y otros miembros del movimiento surrealista.
Dos magas comprimen el tiempo
Mary Wigman y Emmy Hennings, artistas de vanguardia, brujas y magas
Desde el Cabaret Voltaire de Zúrich hasta la comunidad naturista de Monte Verità, las figuras de Emmy Hennings y Mary Wigman lanzaban sus conjuros artísticos para exorcizar el infierno que convocó la tragedia de la Primera Guerra Mundial, un apocalipsis donde surgieron nuevas modalidades de rostros enmascarados —las deshumanizadoras máscaras de gas y las fisonomías rotas de los mutilados de guerra— que parecían reclamar una recuperación de las virtudes mágicas y transformadoras de la máscara para reencantar el mundo. Hennings y Wigman son las protagonistas de dos novelas gráficas dibujadas, respectivamente, por José Lázaro y Joaquín Santiago García, y ambas guionizadas por Fernando González Viñas: El ángel dadá y Mary Wigman: danzad, danzad, malditos (de futura publicación durante el 2022). Los tres artistas participan en la exposición con material original de estas obras (guiones ilustrados, páginas definitivas), pero también con dos imponentes murales producidos especialmente para la muestra, que establecen un complejo diálogo mediante el uso compositivo de la figura del espejo. En este vídeo realizado con la técnica del time lapse, tenemos el privilegio de asistir a la creación simultánea de las dos piezas, como si Hennings y Wigman, dos creadoras que ejemplifican la fusión entre la artista de vanguardia y la bruja y maga, hubiesen propiciado el hechizo de la compresión del tiempo. Uno de los referentes que se tuvo en cuenta al concebir el espacio del ámbito El cabaret espectral fue, precisamente, la versión de Suspiria realizada por Luca Guadagnino en 2018, donde se explora la idea de un contrapoder mágico encarnado en artistas en las que resuenan las claves de la danza expresionista.
Regreso al Cabaret Voltaire, 40 años después
Una historia alternativa de los orígenes del dadaísmo
Todas las producciones artísticas realizadas especialmente para La máscara nunca miente contienen una historia, pero tal vez Cabaret Voltaire, de Martí y Onliyú, es la que lleva una mayor carga de tiempo sobre los hombros. En el número 11 de la revista El Víbora, los autores iniciaron su culterana y maravillosa serie La edad contemporánea con la historieta de nueve páginas «Zürich 1916», donde proponían una historia alternativa de los orígenes del dadaísmo con la presencia de Lenin y la espía Mata-Hari como trasfondo.
Descargar «Zürich 1916» en PDF
Todo lo que tiene que ver con el dadá y las veladas de Cabaret Voltaire es frágil y volátil: de hecho, el cuadro original Cabaret Voltaire de Marcel Jancó es una obra perdida que el autor hizo revivir años más tarde en forma de litografía. Para La máscara nunca miente pensamos en otra forma de resucitar el óleo desaparecido: encargar a los autores de «Zürich 1916» una reinterpretación que, en realidad, les permitiera regresar al enclave mítico del Cabaret Voltaire cuarenta años después. Su mirada de supervivientes del underground otorga el peso simbólico de una alegoría sobre la tragedia humana de la batalla del Somme al esqueleto que preside el escenario donde Tristan Tzara habla con un Hugo Ball vestido con sus galas de obispo mágico, rodeados por una audiencia que se transmuta bajo la inspiración formal de las máscaras de Marcel Jancó.
Mestizajes coloniales
La máscara mexicana en tiempos de dominio colonial
En el ámbito de La lucha, la exposición propone una síntesis de la cultura mexicana a partir de la máscara en una línea temporal que se abre con los rangos militares de los guerreros aztecas y culmina en el movimiento zapatista encabezado por la figura carismática y elusiva del subcomandante Marcos, pasando por las ramificaciones de la lucha libre en la cultura popular y el activismo social. Pero este relato deja muchas acepciones de la máscara mexicana en los márgenes, unas acepciones que incluyen universos, como el de las muchas celebraciones enmascaradas que se desarrollan a lo largo de los trescientos años de dominio colonial y que a menudo utilizan la falsa identidad como herramienta crítica contra el poder. Autor del libro Todos somos Superbarrio, el escritor Mauricio José Schwartz saca a la luz algunos de estos rituales en este fragmento inédito de la entrevista.
De la balaclava a la capucha
De Pussy Riot a los nuevos feminismos de Latinoamérica
La exposición traza también un camino laberíntico de ecos, resonancias y herencias, tejiendo un entramado donde el diálogo de una historieta puede transformarse en consigna política (o al revés). Tras el juicio a las miembros de Pussy Riot, sus balaclavas multicolor ya no sirvieron para proteger su identidad, pero se convirtieron en un símbolo de protesta amplificado por el poder de seducción del lenguaje de la moda. Su energía no desapareció: con el paso del tiempo, las balaclavas de Pussy Riot encontraron una inesperada pero consecuente herencia en las capuchas, que se convirtieron en seña de identidad de las luchas feministas en Chile en 2020, antes de propagarse por toda Latinoamérica. Unas capuchas que dialogaban con las tradiciones de la artesanía indígena, que estallaban y se diversificaban en formas de identidad queer y que, en definitiva, convertían en pura forma y color la experiencia y la biografía de quienes las confeccionaba y las llevaba. El ámbito «Prohibido desaparecer» culmina con la aportación de unas artistas que han impulsado modulaciones muy radicales del fenómeno: por un lado, el trabajo de Las Migras de Abya Yala (Jahel Guerra y Lorena Álvarez); por el otro, la obra de la colombiana May Pulgarín, también conocida con el sobrenombre de Tropidelia.
El tacto en tiempo de apocalipsis
Referentes y capas de sentido en la pieza T(ouch)! de Antoni Hervàs
La instalación T(ouch)! de Antoni Hervàs (hecha en colaboración con Gitano del Futuro y la creadora audiovisual Beatriz Sánchez) aporta el gran clímax festivo al recorrido de La máscara nunca miente. La exposición se concibió y programó antes de que una pandemia nos obligara a confinarnos, pero resultaba inevitable que esta distopía que nos ha caído encima exigiera una reflexión en torno a las mascarillas quirúrgicas y la forma en que nos han condicionado la mirada, la vida y las relaciones sociales y afectivas. De hecho, la mascarilla pandémica pone boca abajo la propia idea del Carnaval, convirtiendo el rostro cubierto en norma y el rostro descubierto en disrupción y nueva fuente de ansiedad y miedo.
Son muchos los referentes utilizados por el artista en el momento de concebir su instalación, y entre ellos conviven iconos tan diversos e irreconciliables como la diva latina Iris Chacón, el shock rock de Screaming Lord Sutch o Screamin’ Jay Hawkins, la Mary Santpere de La mini tía, Grace Jones en Vamp, un espectáculo sobre hielo basado en Aliens de James Cameron o la icónica versión de La máscara de la muerte roja que dirigió Roger Corman con fotografía de Nicolas Roeg.
Son muchos los referentes utilizados por el artista en el momento de concebir su instalación, y entre ellos conviven iconos tan diversos e irreconciliables como la diva latina Iris Chacón, el shock rock de Screaming Lord Sutch o Screamin’ Jay Hawkins, la Mary Santpere de La mini tía, Grace Jones en Vamp, un espectáculo sobre hielo basado en Aliens de James Cameron o la icónica versión de La máscara de la muerte roja que dirigió Roger Corman con fotografía de Nicolas Roeg.
Pero cedamos la palabra al creador para que acabe de desvelar las diversas capas de su propuesta: «Me interesaba toda aquella tradición británica del shock rock, donde los artistas cogían personajes icónicos de terror. En su caso, el tema recurrente eran los asesinatos en serie y no tanto las pandemias, pero pensé que esa podía ser mi vía de acercamiento al tema de la covid. Quería hablar del deseo de lo prohibido, del no poder tocarse… Es lo que ha quedado más afectado por la pandemia. No sé qué intuición me llevó a relacionar la tradición del shock rock con la figura de Iris Chacón, con su espectacularidad entusiasta pero no necesariamente grácil. A la hora de preparar la pieza, en el fondo, lo que quería era lo imposible: organizar una fiesta en un momento en el que no podía celebrarse, una performance donde era necesario que la gente se tocara en un momento en el que estaba prohibido hacerlo. Por otro lado, quería llevarlo a cabo con Gitano del Futuro, que es un artista al que sigo desde hace tiempo y que siempre me ha fascinado mucho cuando lo he visto en escena: es muy elegante, pero al mismo tiempo lo lleva todo hacia el terror, hacia una agresividad sexy. Él era la persona ideal para encontrar esa complicidad con la tradición del shock rock. El tema que ha compuesto para la pieza va cambiando de estilo. En principio, le pedí que hiciera trap, porque él surge de esa escena, pero entró con electrónica y después añadió rumba catalana con fusión shock rock, que derivó hacia los ritmos más urbanos que de entrada le había pedido. Parece como si la canción mutara al mismo tiempo que el virus: de la covid a la variante delta y, más tarde, a la ómicron, en correspondencia con el paso de la electrónica a la rumba y a los ritmos urbanos. No quería hacer un videoclip convencional y, en este sentido, la participación de Beatriz Sánchez como realizadora fue clave. Ella añadió muchas capas al proyecto y encontró el registro perfecto para mostrar cómo podemos sentir atracción hacia aquello que nos puede matar. La puesta en escena se apropia, así, de elementos de un escape room. Finalmente, la escultura que contiene el vídeo musical alude a los elementos de attrezzo del shock rock: aquellos ataúdes de los que emergían los artistas del subgénero, pero en versión gigeriana. Todos los materiales que he utilizado hacen referencia a la covid: los guantes de látex, las mascarillas, los recortes de prensa alusivos a la pandemia… En tiempos de confinamiento, muchas personas se dedicaron a hacer manualidades con lo que tenían al alcance, y la pieza intenta integrar todo eso».
La máscara nunca miente
15 diciembre 2021 — 1 mayo 2022
La máscara nunca miente traza un recorrido a través de los usos políticos de la máscara en la modernidad y aborda las políticas de control sobre el rostro, las resistencias culturales a la identificación, la defensa del anonimato, las estrategias de terror en el acto de ocultación o la forma que tienen los malos, los héroes o heroínas y los disidentes de mostrarla como símbolo identitario. Nuestro mundo no puede entenderse sin máscaras y enmascarados, y menos aún en el momento actual, en el que una pandemia nos ha obligado a vivir detrás de ellas.