La imagen queer o el arte de la fuga
Programa Xcèntric enero - febrero 2010
Audiovisuales
Un analisi del cine queer como arte periférico, por Juan Antonio Suárez. Este artículo fue escrito para el programa de mano de Xcèntric de enero - febrero de 2010.
Desde su aparición en escena a finales de los años ochenta, el término queer ha designado un estilo de hacer política (resueltamente anti-sistema, frente al asimilacionismo “gay”) y ha nombrado una concepción de la subjetividad y la sexualidad (entes inestables y contingentes, difícilmente confinables y etiquetables). Además, queer también ha sido (y es) una manera de tratar la imagen. Desde esta perspectiva cabría distinguir el cine queer del cine “gay y lésbico”. Mientras que éste último tiene un tono confesional y se centra en historias personales (que a menudo culminan con la salida del armario o la toma de conciencia homo), narradas en un lenguaje convencional, el cine queer rehuye lo confesional, rechaza el pastoralismo y el tono justificativo de lo gay, y a menudo incide en los aspectos más asociales de la sexualidad. Formalmente, moviliza un cúmulo de estéticas marginales: el underground de los años sesenta, el cine comercial (debidamente parodiado y detourné), el cine de serie B y Z, el comic, el porno, el punk, el cine psicotrónico, y, en ocasiones, los lenguajes de la militancia política.
La imagen queer desautomatiza la percepción visual a través del exceso estilístico (que a menudo acompaña al exceso afectivo) y del poner el acento en las texturas visuales (el grano de la imagen, el rallado de la emulsión del celuloide, el pixelado, la abstracción). Quizá por esto abundan en el cine queer los formatos menores, incluso arcaicos, como el super-8, el video-8, y el 16mm, o la animación voluntariamente tosca y artesanal (en algunas obras de Hans Scheirl y Ursula Pürrer o de Sadie Benning), que acentúan el grano y el contraste, la opacidad de la imagen y su carácter de constructo, en lugar de su transparencia.
Una imagen reflexiva que llama la atención sobre su propia densidad material y su composición dificulta el flujo narrativo. Introduce un contrapunto que opone al avance lineal (horizontal) del filme la inercia (vertical) de los encuadres. De este modo, la imagen queer promueve una temporalidad reiterativa y atomizada, recrea instantes aislados y, en ocasiones, recurre a los bucles y a la repetición. En parte esto se debe al rechazo de la narrativa lineal y de las tramas personales, evolutivas, típicas del cine gay/lésbico, con su tendencia a la resolución o a la hagiografía (a la te(le)ología). Según Roland Barthes, todas las historias reescriben el complejo de Edipo, la trama según la cual se estructuran las identidades de género y los roles sexuales asociados a estas. Por implicación, la anti-narrativa, o la narrativa truncada, constantemente desviada, del cine queer, es resueltamente anti-edípica, y por tanto evita los alineamientos de género y su asignación definitiva. En su lugar, aparece el género como un gesto intermitente que se posa en los cuerpos, los ocupa momentáneamente, como se ocupa un banco en el parque, un asiento en el metro, pero no los define ni los limita.
En la medida en que lo queer es un estilo de habitar sexualmente el mundo, presenta un sexualidad que no es subjetiva (excede a los individuos, afecta a los espacios, los objetos, las multitudes) ni direccional. Una sexualidad que no se presta fácilmente a ser glosada ni explicada, a convertirse en mensaje político, sino constituye una forma de intensidad. Se trata de una latencia que promueve el desplazamiento continuo y el disloque temporal, que no es nada en sí misma (no hay sexualidad fuera de los ensamblajes que ocasiona, de las conexiones que crea), pero alimenta recorridos zigzageantes por la cotidianeidad, traza líneas de fuga constantes a través del horizonte social, y se manifiesta a través de la inmersión en objetos y materiales, la experimentación fármaco-psicológica, la modificación corporal, la interfaz tecnológica, o las tentativas de vida comunal.
Desde esta perspectiva, lo queer es una opción para reinventar lo cotidiano. En la mayoría de las sociedades occidentales lo gay-lésbico ha encontrado un espacio en la política y en los medios, puede que a costa de regularizar la sexualidad, de establecer identidades estancas y de promover la inteligibilidad. Lo queer sería la sombra inquieta de lo gay, su potencial de ruptura, que se actualiza de forma irregular. Por ello quizá lo importante no sea tanto oponer lo queer y lo gay/lésbico sino entender su mutua implicación, su existencia como dos tendencias contrapuestas pero complementarias—una centrífuga, otra centrípeta; una institucional y centralista, otra anti-social, periférica, en fuga permanente.
Juan Antonio Suárez
Participantes: Juan Antonio Suárez