Actividad

lunes 03 diciembre, 19:30

Vidas Minadas. Diez años después[Ed. BLUME]

El fotoperiodista Gervasio Sánchez presenta Vides Minades. 10 anys (Editorial Blume), un libro que retoma a las víctimas fotografiadas en Vidas minadas (1997) y en Cinco años después (2002).

 

Los niños mutilados de las primeras instantáneas son ahora jóvenes que han crecido con la marca de la explosión en sus cuerpos. Vides Minades. 10 anys retrata la vida de estas nueve víctimas originarias de los países más afectados por el problema: Angola, Mozambique, Afganistán, Camboya, Nicaragua, El Salvador, Bosnia-Hercegovina, Irak y Colombia. Sofia Elface, Sokheurm Man, Manuel Orellana y Adis Smajic, cuatro de los protagonistas, acompañan al fotoperiodista en la presentación del libro.

Precisamente el 3 de diciembre se celebra el décimo aniversario del Tratado de Ottawa. En la actualidad, cuarenta países, entre los que destacan Estados Unidos, Rusia o China, principales productores mundiales de minas y con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, siguen negándose a firmarlo, mientras miles de personas pasan todos los años a formar parte de un impresionante ejército de mutilados.


Los protagonistas

SOFIA ELFACE FUMO
Boane (MOZAMBIQUE)

Sofia Elface Fumo está a punto de cumplir un cuarto de siglo, tiene dos hijos, Leonaldo y Alia, de siete y dos años, y estudia en la escuela secundaria. Sus dos principales deseos son conseguir un trabajo y estudiar medicina en la universidad. Habita en Massaca, a 9 kilómetros de Boane y a 42 de Maputo, la capital mozambiqueña, en la casa de su madre Lydia Alberto, y sobrevive de una pequeña parcela agrícola y una ayuda mensual que le envía un ciudadano sueco.

Sofia tenía once años cuando pisó una mina un sábado de noviembre de 1993 sobre las cinco de la tarde. Sus piernas quedaron cercenadas en el lugar de la explosión. Su hermana María fue alcanzada por varias esquirlas en el estómago y quedó malherida. Sofia y su hermana desconocían la existencia de un campo de minas en el lugar donde solían recoger leña. Aunque la guerra ya había concluido, se mantenía el corredor minado con la intención de proteger un campamento de ingenieros italianos. Miembros de organizaciones humanitarias habían insistido en la necesidad de desactivarlo.

En el hospital general de Maputo, un equipo de cirujanos españoles operó a las dos niñas de las graves heridas. Pero María murió de una infección múltiple un mes y medio después del accidente. En julio de 1999 nació Leonaldo, su primer hijo. El padre la abandonó después de dejarla embarazada. Otro golpe terrible fue la muerte por enfermedad de su hermana Anita, con la que mantenía una relación muy especial. Ocurrió el 4 de marzo de 1998, fecha del cumpleaños de Sofia.

SOKHEURM MAN
Siem Reap (CAMBOYA)

Sokheurm Man tiene 25 años, trabaja en el Servicio Jesuita para los Refugiados y se encarga de documentar casos de nuevas víctimas de minas antipersona en la provincia donde vive. Visita las pequeñas aldeas en su motocicleta, se entrevista con las personas mutiladas y recoge sus historias en unos informes individuales que manda por internet a sus jefes en la capital camboyana. También asiste a clases nocturnas de segundo curso de Tecnología e Informática en la Universidad de Siem Reap, muy cerca de los míticos templos de Angkor. Sokheurm fue herido por una mina el 10 de enero de 1996 cuando se dirigía al colegio con Chai Chun, su mejor amigo, muerto en la explosión. Un principio de gangrena obligó a los cirujanos a amputarle la pierna derecha trece días después en una operación que duró cuarenta y cinco minutos. Su padre Theam Man le acompañó durante toda su estancia en el hospital. La familia tuvo que vender una parte fundamental de la cosecha de arroz de ese año para sufragar los gastos. Uno de sus hermanos mayores había muerto unos años antes víctima de otra mina. Diez años después, en enero de 2006, nació su primer hijo fruto de su relación con Nin Lin, una joven de 22 años a la que conocía desde la infancia y con la que se había casado un año antes. El bebé recibió un curioso nombre en español: Enero. El joven participa como activista en la campaña internacional para la erradicación de las minas y viaja a menudo al extranjero para participar en seminarios con víctimas de otros países.

ADIS SMAJIC
Sarajevo (BOSNIA-HERZEGOVINA)

Adis Smajic ha cumplido los 25 años, mide casi dos metros, vive de una pensión como mutilado de guerra, toca en un grupo de hip hop, conduce con gran destreza y se desvive por el fútbol, su pasión desde la infancia. Sigue viviendo en el barrio de Dobrinja con su madre Zineta y su hermana Mirela. Aquí creció durante el cerco infernal que sufrió la capital bosnia durante casi cuatro años. Adis fue herido el 18 de marzo de 1996 por la explosión de una mina antipersona que le produjo profundas cicatrices en la cara y otras partes del cuerpo. Perdió su ojo izquierdo y sufrió la amputación de su brazo derecho. Durante varios días los médicos temieron por su vida. Pasó 36 horas seguidas en el quirófano. Desde su accidente ha sufrido más de una treintena de intervenciones quirúrgicas. Desde noviembre de 1997 Adis ha viajado en siete ocasiones a Barcelona para someterse a diferentes operaciones de cirugía estética dirigidas por el reconocido cirujano plástico Antonio Tapia en la Clínica Quirón. La compañía DKV Seguros se ha encargado de la financiación. La última operación de reconstrucción de su rostro tuvo lugar en octubre de 2004. En la casa de Kukavice, quemada por los radicales serbios, pasó los mejores años de su vida. «La guerra destruyó mis recuerdos de la infancia. En ella murieron mi padre, mi abuela, mi tío, mi otra abuela resultó herida, mi casa bombardeada», explica emocionado el joven musulmán mientras acaricia al perro guardián durante una visita a la aldea en pleno territorio serbio. Su vida ha sufrido una auténtica convulsión en el último año al iniciar una historia de amor con Naida Vreto, una joven de 24 años de gran sensibilidad y delicadeza. «Tengo una chica y puedo hacer planes de futuro con ella. Por primera vez me siento una persona como los demás», dice eufórico.

MANUEL ORELLANA
Apopa (EL SALVADOR)

Manuel Orellana vive con su mujer Edith Hércules y sus cuatro hijos: Christian, de 14 años, Daniel, de 12, Tania, de 10 y el pequeño Manuel, de 6. Su principal ilusión es conseguir que sus hijos estudien en la universidad y puedan superar el círculo de pobreza en el que han vivido desde que nacieron. Manuel perdió ambas piernas pocos días antes de que la guerrilla y el ejército de su país firmasen la paz a finales de diciembre de 1991. Acaba de cumplir los 20 años, llevaba media vida huyendo de los combates y del reclutamiento forzoso y sobrevivía recogiendo café en varias haciendas del volcán San Salvador, una zona repleta de minas. Después del accidente empezó a trabajar en una cooperativa textil que daba trabajo a mutilados de la guerra. Manuel prefirió llevarse dos máquinas de coser antes que cobrar una pequeña indemnización cuando la cooperativa se disolvió a finales de los años noventa. Con ellas comenzó una nueva fase de su vida. Ayudado por su mujer cosía camisas, camisetas y trajes de niños y los vendía en los mercados de Apopa, un pueblo situado a 30 kilómetros de la capital. Los márgenes de beneficio eran escasos, pero la fuerza de voluntad y su capacidad de trabajo permitieron a Manuel sacar adelante a su familia. Hace unos años un avispado hombre de negocios le ofreció comprarle todas las camisetas que fuera capaz de producir. Manuel y su mujer compran la tela al por mayor, la cortan y cosen camisetas de diferentes tallas. Aprovecha los fines de semana para visitar a sus padres Anselma Luz y Aurelio en Chalatenango.


Las minas

EL IMPACTO
El impacto humanitario de las minas es más profundo y devastador que los efectos de cualquier otra arma: no sólo cercenan miembros o vidas, también impiden el libre acceso de los campesinos a sus tierras, de las mujeres a los pozos de agua o de los niños al colegio. Como consecuencia de ello, muchas tierras se quedan sin cultivar y familias pobres ven mermados sus ingresos.

El desminado también supone un pozo sin fondo de gastos para los países más afectados. Camboya, uno de los países más minados del mundo, tendría que emplear el equivalente a su producto interior bruto de cinco años si desea eliminar totalmente las minas enterradas. Según la ONU, harían falta 1.100 años y 30.000 millones de euros para erradicar los 167 millones de minas plantadas en 78 países de todo el mundo.

LAS VICTIMAS
Cada año las minas antipersona provocan 15.000 nuevas víctimas. Colombia, Camboya, Afganistán, Angola, Bosnia o Irak destacan entre los 78 países afectados por esta dramática situación. Unos 300.000 supervivientes sufren algún tipo de mutilación. Desde 1997 los 151 países firmantes del Tratado de Ottawa sólo han dedicado un 10% de la cantidad necesaria calculada por las organizaciones especializadas para financiar los programas de atención y rehabilitación de las víctimas de las minas.

Las víctimas siguen manteniendo una estrecha relación con el dolor físico y sufren secuelas psicológicas. Quienes han sufrido la pérdida de una o dos piernas a edades tempranas necesitarán cambiar de prótesis unas 25 veces antes de morir. El coste económico es imposible de asumir para la mayoría de afectados que viven en países con rentas pér capita inferiores a los 40 euros al mes. Muchos de ellos se han tenido que construir sus primeras prótesis con los materiales más curiosos, incluidos envases de refrescos o carcasas metálicas.
EL COSTE

El coste de una mina terrestre no llega a los tres euros mientras que localizarla, desactivarla y destruirla supera los 750 euros. Una superficie equivalente a un campo de fútbol, que se siembra de minas en una hora, obliga a tres meses de trabajo si se quiere garantizar su desminado total. Con el actual ritmo de financiación, la ONU calcula que se necesitarán más de 1.000 años para desactivar los 167 millones de minas plantadas en 78 países de todo el planeta.

EL TRATADO
Diez años después de la entrada en vigor del Tratado de Ottawa, cuarenta países, entre los que destacan Estados Unidos, Rusia o China, principales productores mundiales de minas y con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, siguen negándose a firmarlo, mientras miles de personas pasan anualmente a formar parte de un impresionante ejército de mutilados.